En la sala de espera…

Hoy en la sala de espera del médico, sentados junto a mí, una pareja se reía de los nombres y apellidos de los pacientes. Llamaban a Diana Hernández y se miraban entre ellos, partiéndose de risa. Después, él hacía un gesto como de tirar un dardo y ella se mondaba, como si fuera la ocurrencia más divertida del mundo.
La megafonía anunciaba que era el turno de Joaquín Segura y los dos se quedaban pensativos, recordando a un tal Joaquín, preguntándose qué habrá sido de ese rostro del pasado. A él le han brillado los ojos cuando ella ha dicho: «segura-mente estará muerto» y se han echado a reír como si no hubieran normas de conducta en los hospitales.
Cuando ha sido mi turno, los dos han dado un respingo y han permanecido en silencio. Han aguantado la respiración mientras yo me he levantado y he cruzado el pasillo, pero cuando he llegado a la puerta de la consulta, ya no han podido resistirse más: ella ha exhalado una pedorreta al tiempo que él repetía una y otra vez mi apellido con lágrimas en los ojos: Pardo, decía, se llama Pardo…
Ella no tendría menos de 70 y él rondaría los 80, quizás los 85 años de edad.

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