Enero de 2007-Enero de 2017

Enero de 2007:

-Oye, ¿de qué año es Regreso al futuro?

-Mmm, yo fui a verla al Cine Azul.

-¿Sí? Qué raro, porque yo la vi en el Astoria.

-No puede ser. En el Astoria verías la segunda o la tercera parte. La primera la hicieron en el Azul.

-¿Estás seguro?

-Casi, casi seguro. A mí me llevó mi abuelo.

-Yo fui con los de clase, no sé si fue en segundo o en tercero de EGB…

-A ver, mi abuelo se murió en el 87.

-¿Era joven?

-Tenía sesenta y seis años… se acababa de jubilar. Le dio un infarto y se quedó pajarito. Aguantó tres días, y ya. Fue la primera muerte que hubo en la familia, ¿sabes?

-¿Y te acuerdas?

-Claro que me acuerdo.

-¿Te afectó mucho?

-Mogollón, era todo muy raro. Recuerdo a todo el mundo llorando; era la primera vez que veía a mi padre llorar, ¿sabes? No sabía que los padres también lloraban. Me impresionó mucho. No entendía lo que estaba pasando. Recuerdo que en aquel momento no sabía realmente lo que significaba: que nunca más vería a mi abuelo… Lo de morirse era algo como que pasaba en las pelis. Y tampoco era tan dramático en las pelis.

-Ya, porque las pelis podías volver a verlas.

-¡Y los personajes volvían a aparecer! No tenía una noción real-real de lo que significaba morirse.

-Ya.

-¿Qué me habías preguntado?

-No me acuerdo… Ah, sí, ¿de qué año es Regreso al futuro?

-Si mi abuelo murió en el 87… yo creo que del 85 o del 86…

-Sí, puede ser por ahí…

Enero de 2017:

-¿De qué año es Regreso al futuro?

-¿Del 86? Espera que lo miro. No, del 85.

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La noche que me encontré con Monstruo Espagueti

La primera vez que vi a Monstruo Espagueti me pareció una colgada. Dicen que la primera impresión es la que cuenta y en este caso fue así: acerté.

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Fue en la presentación en Madrid del libro La vida es corta y luego te mueres que escribí en colaboración con Lyona. Yo no la conocía de nada, ni tampoco había leído nada suyo. Se acercó a regalarnos su libro con una actitud quizás «demasiado entusiasta». Nos dijo que lo que hacíamos tenía cierta similitud de tono y que era posible que nos gustara. Como soy medio catalán de adopción y sé los pocos libros que en las editoriales entregan a los autores pensé que quizás aquel regalo era un dispendio excesivo, pero no le dije nada y lo acepté.

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El caso es que devoré su libro de una tacada en el Ave a Barcelona. Al terminarlo, Anastasia ya no sólo me pareció una colgada, sino que me pareció una colgada brillante y extraordinariamente talentosa. Poco a poco, empecé a seguirla por sus redes sociales dónde cuelga sus historias, dibujos e ideas, y empezó a ocurrir algo que me ocurre muy pocas pocas veces: Monstruo Espagueti siempre daba en el clavo con un pensamiento o una idea acerca de un tema -que yo sabía que tenía dentro- pero que habría sido incapaz de expresar de una forma tan genial, original, divertida e irreverente.

Cuando encuentras a una artista así, que te da incluso hasta un poco de rabia por lo buena que es la hija de puta,no puedes más que seguirla, darle Me gustas, RT y corazones, y compartir todo lo que hace todo el rato.

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La noche que me encontré con Monstruo Espagueti había salido a cenar con unos amigos por el Raval. La vi en la calle Joaquim Costa y me acerqué a ella con quizás «excesivo entusiasmo». De manera atropellada le dije que me encantaba lo que hacía y que me alegraba mucho de que le fueran bien las cosas y añadí: «soy un huge fan» (sí, lo dije así). Noté que la abordé un poco demasiado alterado, casi como si fuera un poco la clase de fan que interpreta Kathy Bates en Misery. Noté su incomodidad cuando farfulló algo así como: “ya, esto es lo que suele pasar en las redes sociales”.

Me sentí un poco bobo, porque sé que pensó: «mira este tío, menudo colgado».

Después estuve reflexionando acerca de todo esto. Sigo a Monstruo Espagueti desde hace ya casi dos años y lo hago desde casa, en pijama, desde mi Macbook Pro, desde mi smartphone, en la intimidad de mi hogar… Es decir, para mí, lo que cuelga Anastasia en sus redes es importante, es bonito, me hace feliz, cada día se cuela en mi vida, en mi rutina, pero ella eso no lo sabe… Porque las redes sociales creemos que son multidireccionales, pero algunas veces son bidireccionales y casi siempre son unidireccionales.

Pensé que tenía que escribir sobre ello. Sobre lo que significa para nosotros el trabajo de algunos artistas y lo muy cerca y muy lejos que estamos los unos de los otros. No sé si tengo una opinión sobre todo esto, pero creo que merece una reflexión.

Estoy esperando que la dibuje Anastasia, seguro que será brillante.

PD: Le escribí a Anastasia pidiéndole permiso para escribir este texto; y aquí tenéis su respuesta.

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Búsqueda en google: «cómo ayudar a un depresivo»

En cuanto Claudia se fue al baño, lo primero que hice fue buscar en google: “cómo ayudar a un depresivo”.

Tenía poco tiempo pero encontré un montón de páginas que me decían las 7 cosas que decirle: “yo estoy aquí para ti, no te estás volviendo loca, ¿quieres un abrazo?, no es culpa tuya, etc.»; y las 7 cosas que no: “tú te lo has buscado, ¿pero no estabas siempre así?, nadie dijo que la vida fuera fácil, etc”.

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-¿Qué haces? –me preguntó Claudia al volver del lavabo.

-Nada, estaba mirando una cosa…

-Estabas googleando qué hacer ante una situación como ésta, ¿verdad? –me interrumpió-. ¿Qué has buscado exactamente: cómo ayudar a alguien triste, depresivo, con la autoestima baja…?

Después de un largo silencio, agaché la cabeza y asentí.

-¿Ves?, ese es el problema –me dijo-. Antes yo era importante para los demás. Cuándo alguien no sabía qué grupo había compuesto “Where is my mind”, todo el mundo se giraba hacia mí para que les diera la respuesta: Pixies. Si alguien se preguntaba quién era el director de “El Mago de Oz” todo el mundo se maravillaba de que supiera que la película tuvo hasta cinco directores: Victor Fleming, George Cukor, Mervyn Leroy, Norman Taurog y King Vidor. Todos flipaban con mi capacidad de memorizar que «El guardián entre el centeno» fue publicado en 1951, aunque Salinger ya lo había publicado en forma de serie durante los años 1945 y 1946. ¿Y sabes qué es lo que sentía en todos esos casos, Enric? Orgullo. Todo el mundo admiraba mi talento, me invitaba a fiestas y querían jugar conmigo al trivial. Pero ahora no, ahora… ¿qué crees que pasaría si alguien se preguntara en qué película de Mike Nichols debutó Dustin Hoffman?

-Lo buscaría en la app de imdb –le respondí con sinceridad.

-Exacto. Eso es lo que me ha pasado: he sido sustituida por internet.

Se hizo un largo silencio que interrumpí con una pregunta estúpida:

-¿En qué película…

-En El Graduado, Enric -me respondió de mala gana-. ¿Qué es lo primero que has hecho cuando me has visto así? Buscar una solución en google. No, Enric, no todo está en google. ¿Sabes? Hay veces que miro las enciclopedias de mis abuelos y me veo reflejada a mí misma. ¿Por qué no haces una búsqueda sobre eso en google? «Cómo ayudar a alguien que se siente lento, estancado, encima de una estantería, cogiendo polvo, desactualizado y obsoleto». Parece que hablar conmigo fuera como si abrieras una vieja enciclopedia y empezaras a leer datos acerca de las antiguas repúblicas soviéticas; cosas que ya no existen, que pertenecen a un pasado demasiado cercano, ligeramente pasado de moda, casi vergonzante. Dime Enric, ¿qué tengo que hacer para volver a sentirme importante otra vez?

La verdad es que no supe qué responderle. Durante un par de semanas estuve meditando, dándole vueltas a la situación, tratando de buscar una forma de ayudarla. Quedé con ella un par de veces, intenté animarla pero no daba con la tecla exacta… Hasta que finalmente di con un plan.

Aunque al principio se mostró reacia, poco a poco, empezó a darse cuenta de que quizás ese plan podía funcionar. Claudia no perdía nada por intentarlo y se puso manos a la obra. Encontró un local pequeñito en una zona bonita, lo decoró a su gusto y montó un pequeño café. En las estanterías reposaban todas las enciclopedias de sus abuelos, y cómo aún le sobraba espacio compró muchas más a precio de saldo. Por último, ejecutó mi plan maestro: no sólo no puso wifi, sino que instaló un inhibidor de cobertura.

Sus clientes, acudían allí para hablar, explicarse la vida, disfrutar del café, y preguntarse cosas; algunas veces encontraban respuestas, y otras no… Si la curiosidad les tentaba, tenían las enciclopedias a su alcance y en ocasiones, preguntaban directamente a Claudia, quien solía participar en las conversaciones con alegría y entusiasmo.

Claudia ganó en autoestima, dejó atrás su depresión y volvió a ser feliz.

Nunca le he dicho, ni nunca le diré, que di con mi plan maestro, al googlear a un bibliotecario que montó un café como el de Claudia en la ciudad de Ottawa.

Personajes

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La diferencia entre persona y personaje nunca ha sido tan compleja como lo es en la actualidad. Si ya resultaba confuso diferenciar el ente real del ente ficticio en los programas de tele-realidad, todo se enreda cuando las fronteras entre la ficción y la realidad se difuminan. Antes teníamos una pantalla de televisión que nos delimitaba claramente las fronteras (ellos y nosotros/personajes y espectadores) ahora el mundo está lleno de pantallas. Nuestra realidad es una continua híper-conexión en la que enviamos mensajes, ideas, pensamientos, imágenes, vídeos e historias en diversos formatos, a través de diversos canales, todo el tiempo.

¿Cómo diferenciar cuándo se es una persona y cuando se es un personaje? En mayor o menor medida todos jugamos al juego del enmascaramiento en que estilizamos nuestra persona y nos convertimos en personaje, sin necesidad de que haya pantallas de por medio. Siempre ha existido un elemento dinamizador del mensaje cuando se juega en la convención de la ficción. Y todos parecemos menos vulnerables a la vida en ese contexto, como si en algún punto de nuestras vidas pudiéramos cambiar de rol, de serie, o de canal.

La ficción ha terminado por comerse la realidad hasta el punto de que todas las personas actuamos como si fuéramos personajes. Asumimos nuestros distintos roles en nuestras distintas realidades y juzgamos y somos juzgados como tales. Que la auto-ficción esté tan de moda no es más que un síntoma de la búsqueda incesante de verdad y al mismo tiempo de la necesidad incesante de máscaras. Quizás porque para contar una verdad, la mejor forma de hacerlo sea con una mentira y para contar una mentira nada mejor que hacerla pasar por una verdad (autobiográfica). Tal vez en algún momento nos demos cuenta de que la verdad no existe, o que al menos, existen tantas verdades como personas y puntos de vista; que la prisión de un personaje, sin complejidad, sin matices, voluble y cambiante no es lo que nos merecemos como personas. Porque las personas somos muchas cosas, para empezar nuestras circunstancias, y hay muchas personas dentro de una misma persona. Conocemos a la gente o creemos conocerla a través de su mensaje, de su ficción, de su personaje, de su twitter, de su máscara, que es lo mismo que no conocerlo.

Saludar

Conversación de whatsapp entre dos amigas:

-Te he visto esta tarde en la Fnac, ¿eras tú?

-Sí, ¡era yo!

-¡Lo sabía! ¡Te has dejado el pelo largo, te queda muy bien!

-Gracias, ¿por qué no me has dicho nada?

-No sé…

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Hacía tiempo que las dos amigas no se veían. Una piensa que hace unos seis o sietes meses; la otra piensa que quizás un poco más. En realidad, hace casi dos años que no se ven, pero ninguna de las dos tiene la sensación de que haya pasado tanto tiempo. Una tiene un blog de moda que la otra consulta; la otra cuelga cada semana un video con recomendaciones literarias en su canal de youtube que la otra mira sin pestañear. Cada día se retuitean en twitter. Se enteran de su vida en facebook y saben hasta lo que comen gracias a instagram. Están hiperconectadas la una con la otra, pero hace mucho tiempo que no se sientan a tomar una cerveza, charlar o ir de compras. Ninguna de las dos se pregunta si lo echan de menos.

¿Por qué no se saludaron cuando tuvieron la oportunidad en la Fnac? Una la vio sí, pero estaba demasiado lejos para acercarse hasta ella. La otra fingió que no la veía y se alejó poco a poco de la primera dificultando toda la maniobra. Las dos evitaron la embarazosa incomodidad de saludarse. Quizás las dos sintieron que exponían demasiado del pequeño abismo que separa la identidad virtual de la identidad real. Quizás no querían sentirse excesivamente vulnerables aquella tarde. A ambas les resultó mucho más cómodo y menos invasivo escribirse un mensaje de texto.

Su amistad no es ni mejor, ni peor, simplemente ahora es así.

¿Qué vas a hacer con eso si no lo usas?

Todo empezó con este tuit de Carlos G. Miranda:

…gracias Carlos por hacer mi vida aún más miserable.

Fue en la Atapuerca de internet, cuando Llucía Ramis nos habló del peligro del Egosurfing. Allá por los 2000 empezamos a googlearnos a nosotros mismos y entendimos que era una búsqueda de nuestra identidad. Aún desconocíamos que en el futuro tendríamos no una identidad (la real), sino dos (la virtual) e incluso los hay que tienen muchas más: la real, la virtual, la virtual oficial, la virtual para amigos, y cada una asociada a una red social determinada porque cada una sirve para una cosa distinta. Con el paso del tiempo, todos sabemos ya que las identidades virtuales son  mucho más importantes que la identidad real. De la misma manera que sabemos que nuestros hijos tarde o temprano no sólo nos googlearán a nosotros para saber qué clase de tipos infames fueron sus padres, sino que se googlearán a sí mismos, cerrando el círculo del Ego.

Creíamos haber inventado todas las enfermedades asociadas a la vida moderna. Sin embargo hacía falta una aplicación que asociara las dos cosas que mueven el mundo: el Ego y el capitalismo. ¿Cómo? Con una app que respondiera rápidamente 8,50 a la pregunta: ¿cuánto vale nuestro ego?

En estos tiempos, la verdadera reseña es la que escribe el propietario del libro que quiere deshacerse de ti y te promociona subiéndote a Wallapop:

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Primera Temporada, bastante interesante.

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Un libro de segunda mano vale más si no te lo has leído.

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Detalla que ha sido usado una sola vez pero, ¿qué garantías tenemos?

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¿Qué frases habrá subrayado? Es como un easter egg del usuario.

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Porque todas las chicas besan por navidad.

Los objetos usados son la segunda división del capitalismo y tarde o temprano, todos acabamos en la compra-venta de mercancia de segunda mano. No obstante, lo mejor que le puede pasar a un libro es ser leído. Quizás el capitalismo es excepcional para que se muevan las divisas pero no tanto si lo que se trata es de que se mueva el conocimiento. Para que un libro alcance todo su potencial debe ser usado. Es necesario prestarlos, dejarlos, que viajen, que sean subrayados, tachados y usados cuántas más veces mejor. Un libro usado es un libro mejor. ¿Por qué no creamos un uber de los libros sin ánimo de lucro? Una app con geo-localización dónde compartir libros ya leídos y usados, sin que el dinero se inmiscuya. ¿O estamos todos demasiado ocupados moviendo divisas?

La contraseña del wifi

Nunca salía de casa. Era un caso clínico de uno entre un millón: a pesar de que tenía agorafobia, no era una persona huraña.

Todo empezó cuando adquirió los 300 MB de fibra óptica que le ofrecieron. Acto seguido dejó de comer en restaurantes. Esto le llevó a cocinar recetas que veía en canales de youtube. Cada vez le salían más ricas, cada vez le salían mejor. Empezó a pasarse los días recopilando objetos que no necesitaba en wallapop. El siguiente paso lógico en el descenso por la escalera de sus infiernos hubiera sido convertirse en una persona huraña. Pero no, él no dio este último paso y quizás eso fue lo que le salvó.

Tuvo un problema económico y su forma de vida se quebró como la cáscara de un huevo. Se vio obligado a reducir sus gastos. Fue como una bicicleta que no vio venir en el carril bici, silenciosa y mal señalizada (porque no tiene motor, no hacen ruido y van a degüello). Miró demasiado tarde cuando ya la tenía encima. Los números rojos golpearon en su cara y la compañía telefónica demostró ser muy centro-europea para lo que quería y le cortó el suministro de 300 MB. Este suceso le hizo agudizar su ingenio. Miró en su Macbook pro y encontró la señal de varios vecinos, uno a uno les solicitó la contraseña de su red con excusas pintorescas. El del tercero segunda le dio la contraseña de su wifi, sin ningún problema. Era de Iniciativa, era bona gent. Estuvo gorreando la señal un mes y medio, hasta que la casera le desahució.

A sus 47 años, soltero y sin nadie en la vida, se vio por primera vez en la calle. Aún así, nunca fue un sin hogar huraño. Siempre se le veía sonriente, limpio y afrontaba la vida con intensa alegría. Iba con su Macbook pro de cafetería en cafetería. Tomaba cafés con leche con el dinero que recaudaba en la calle, y se pasaba las tardes navegando en los locales del centro. Una calurosa madrugada de primavera se encontró un perro. Era un cachorro de pocos meses. Era muy, muy goofy, divertido, curioso y animado. No tuvo duda del nombre que le pondría: Wifi.

Una mañana en su cafetería preferida se produjo una situación extraña. Se acercó a la camarera y le preguntó si le podía dar la contraseña de wifi, al tiempo que Wifi se acercaba a mendigar comida a un cliente. Entonces él tuvo que reprenderle gritando su nombre: «Wifi, ven aquí, no molestes al señor». La camarera y él se miraron y se dieron cuenta de que estaban asistiendo a una actualización cibernética del chiste con la nueva formulación: «Disculpe, ¿sería tan amable de darme la contraseña del wifi?»

La camarera le dio la contraseña del wifi. Era una sola palabra en inglés. Un imperativo: sit.

Citando a Eco.

¿Por qué se cita mal a Eco? O al menos, ¿por qué se le cita de manera incompleta? Siempre ocurre este fenómeno de edición avanzada, de tijera selectiva, a la muerte de alguien importante. Y Umberto Eco no iba a ser menos.

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Eco dijo en junio de 2015 en La Stampa: «Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas«.  De lo que se sustrae que Umberto Eco -el último intelectual pop- aborrecía de internet. Pero el mismo mes y el mismo año, Eco también dijo lo siguiente en la ciudad de Turín: «El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte, da derecho de palabra a legiones de imbéciles«. De lo que se sustrae exactamente lo contrario.

¿Cuál de los dos Ecos tenía razón? ¿El que alertaba de que internet había elevado a la categoría de intelectual al más imbécil del pueblo o el que afirmaba la potencia democratizadora de la herramienta de comunicación más poderosa de la historia de la civilización? Seguramente los dos Ecos, así que hagan el favor de citarlo bien, de manera completa.