Eran dos señores y una señora. Llevaban cara de pocos amigos y parecían estar dispuestos a cualquier cosa cuando entraron por la puerta de mi casa. Primero les he enseñado el recibidor. A un lado, la percha con mis chaquetas y abrigos. Al otro lado, la estantería con libros y dvds. El más serio ha preguntado: pero, ¿está todo en venta? Yo he respondido que sí, que estaba todo en venta.
-¿Esto también? -ha preguntado sosteniendo un libro que quiero mucho.
-Sí, también está en venta.
Han ido apuntando, a medida que avanzábamos al dormitorio. Han visto el armario y la cama. Después han ido a la cocina, donde han toqueteado los electrodomésticos. En el lavabo han tasado todo lo que allí había, uno de ellos torcía el gesto, despreciativo. Hemos cruzado el pasillo hasta el salón y han tasado el sofá muy por debajo del precio que todavía aún hoy estoy pagando. La tele, la mesa, las sillas, los dvds, las estanterías. A todo le han puesto precio. Después hemos pasado al despacho y han tasado los libros, el sofá las mesas, las sillas, la impresora, el armario, todo lo han tasado excepto mi portátil. Les he dicho que el portátil y el disco duro no estaban en venta.
-¿Por qué no? -han preguntado.
-Porque es lo único que tiene verdadero valor.
-¿Eso significa que todo lo demás no tiene valor?
-No, significa que todo lo demás no tiene valor para mí. Significa que quiero deshacerme de ello.
-Que usted quiera deshacerse de ello, no significa que carezca o no de valor. Somos nosotros los que dictaminamos el valor de las cosas.
-Ese es nuestro cometido -ha dicho la tasadora.
-Somos Los Tasadores -ha dicho el tercero.
-¿Y a ustedes quién les pone valor? -les he preguntado.
-¿Por qué se quiere deshacer de todos estos objetos? -me han preguntado sin responder a mi pregunta.
–Porque ahora tengo el valor de deshacerme de ellos.