Frances Ha estaba llena de gracia, belleza, ligereza, frivolidad y al mismo tiempo densidad emocional, personajes llenos de matices y complejidad. Es decir, todo aquello que se espera de una comedia cotidiana o película de personajes. Por este motivo tenía muchas ganas de ver Mientras seamos jóvenes, su siguiente película.
Escrita y dirigida por Noah Baumbach.
Baumbach escribe una historia que empieza muy, muy bien. Y es de justicia reconocer que no es hasta la mitad de la película que todo lo que ha construido con situaciones, chistes y personajes empáticos lo lanza por la borda de la peor manera posible: demostrando que todo lo que tiene que decir sobre el tema que aborda es pacato, absurdo y de persona mayor.
Mientras seamos jóvenes trata de una pareja de cuarentones que conoce a un veinteañero y se quedan fascinados por el abismo generacional que les separa y sus diferencias: su idealismo, su frivolidad, su juventud en definitiva. Este punto de partida detona un saco de situaciones divertidas sobre ese choque de trenes cultural y generacional. Pero es cuando tiene que recoger todo lo que ha sembrado que Baumbach en lugar de hablar de los trepas y la ambición -que es el verdadero tema de la historia- decide hablar de toda una generación de millenials demostrando no saber absolutamente nada sobre ellos. Baumbach se retrata como un abuelo cascarrabias que pega gritos porque los niños le han despertado de la siesta jugando a la pelota.
Decía el escritor y guionista William Goldman que lo que los mejores directores de la historia sabían sobre la vida cabía en un pequeño vaso de agua. No sé como de grande será el vaso de sabiduría de Baumbach, pero desde luego no se cuenta entre los mejores directores de la historia.
Y Amén
Tú siempre tan cristiana, Estefanía.
Políticamente correcta