Primera cosita: Una de mis palabras favoritas es: Chaflán.
Esto es un chaflán típico barcelonés.
Es una palabra muy onomatopéyica. Parece que Dios haya venido y haya puesto ahí el edificio con un sonoro chaflán.
Me gusta utilizar la palabra chaflán en frases como estas:
«Quedamos en la terraza de siempre, sí, esa que hace chaflán«.
«Cuando tenga dinero me compraré un piso que haga chaflán«.
«Estás tan gorda que al caminar haces chaflán-chaflán«.
Segunda cosita: ¿Qué tienen las citas que a todo el mundo les gusta? No hablo de citas de quedar (dates), sino citas de algo que ya dijo alguien y que vas y te dices, fuck, yo ya pensaba lo mismo (quotes). Uno de los creadores de frases más chulas de la historia e inventor de la teoría de la relatividad en sus ratos libres…
Albert Einstein dijo:
«Cuando me preguntaron sobre un arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas…
…la Paz».
Tercera cosita: Ayer era Viernes Santo y hacía una mañana preciosa en Barcelona. Estaba con unos amigos tomando cañas en una terraza de Sant Antoni, justo antes de comer, cuando vimos una escena que nos dejó a todos de muy mal cuerpo.
Un cliente, unas mesas más allá, la tomó con un camarero. Empezó a gritarle cosas realmente desagradables: «pero en qué coño estabas pensando; qué tengo pinta de guiri yo o qué; anda tráeme el puto libro de reclamaciones». Todos nos quedamos con la sonrisa helada, hasta que salió el encargado quien estuvo hablando un buen rato con el cliente tratando de tranquilizarle, pero no había manera. Finalmente vino el camarero y con lágrimas en los ojos le pidió disculpas, varias veces, sollozando. El encargado le dijo que todo corría a cuenta de la casa, sin embargo el cliente seguía enfadado y exigía una satisfacción.
Todos nos miramos sin entender nada de lo que estaba pasando. Estuvieron discutiendo un buen rato los tres, argumentando una cosa y otra, sin llegar a ningún acuerdo. Parecía que todo se calmaba cuando el cliente hubo firmado en el libro de reclamaciones, pero de repente el cliente enfadado se levantó y le dio un sonoro bofetón al camarero, un guantazo de padre y muy señor mío que hizo que le temblaran los carrillos. El camarero se puso a llorar y el encargado se fue con él hacia dentro, diciéndole en voz baja: «es que juegas con fuego, Manel, es que juegas con fuego».
Una chica alterada por la violencia de la situación se acercó y le preguntó al cliente qué había pasado para tener esa clase de comportamiento, porqué había pegado a un simple camarero, quién se había creído que era para tratarle así, ¿qué le había hecho el pobre Manel?
-No me puso aceituna en el vermut -contestó.
Espontáneamente uno tras otro, poco a poco, todos nos pusimos a aplaudir.