Llegamos en silencio a casa, que aunque no era mi casa, parecía mi casa. Dejé las llaves dónde suelo dejar las llaves, y Mia apareció y se tumbó a nuestros pies para que la acariciara. Se dejó a acariciar un rato por mí y en cuanto Rosario quiso hacer lo mismo, Mia le dio un mordisco territorial. Rosario la miró con condescendencia y se acercó a la nevera. Sacó una cerveza fría para mí y otra para ella. Después nos sentamos en las tumbonas y miramos el mar desde la terraza de una casa que era mi casa, pero que no era mi casa, porque desde mi casa no se ve el mar a simple vista. Las olas golpeaban contra la escollera y no había nadie más que nosotros.
Continuamos en silencio el resto de la tarde hasta que oscureció, cogidos de la mano, evitando mirar atrás dónde el elefante rosa literal y metafórico comía unos cacahuetes circenses. Cuando se hizo completamente de noche, Rosario reptó desde su tumbona a la mía y se subió encima mío a horcajadas. Me abrazó y sentí su pecho contra el mío, al tiempo que una ola rompía violenta contra las rocas. Le besé en el cuello y deslicé con suavidad el tirante de su camiseta. Ella me devolvió el beso en los labios y abrimos nuestras bocas haciendo que el sueño zozobrara con la brisa. No estoy seguro de lo que ocurrió después, o si lo recuerdo no creo que valga la pena detallarlo aquí; creo que este momento de intimidad lo guardo para Rosario y para mí.
Después, el sueño empezó a desvanecerse y desperté…
Miré a los lados y la busqué en mi cama, dónde ya no había rastro de Rosario. La sensación implacable de realidad me invadió con un dolor hueco en la boca del estómago. Mia se acurrucaba a mis pies, encerrándose sobre sí misma, ajena a mis desvaríos. Miré la hora del reloj: las 6:41. Me había despertado mucho antes de que sonara el despertador y por eso tenía tan vívido el recuerdo del sueño. A toda velocidad apunté todos los detalles y todas las situaciones del sueño. Cuando terminé de escribirlo, supe que no volvería a dormirme.
Tras pasar por el baño, me preparé el desayuno y fui andando hacia el salón a pesar de que las piernas todavía me flaqueaban de cansancio. La casa parecía más vacía que nunca y sentí su ausencia como se sienten las ausencias cuando son imprevistas: irreales y disruptivas. Tuve la sensación de que Rosario se hubiera marchado antes de haber cerrado un capítulo, como si nuestra historia no hubiera terminado, como si nuestra función aún tuviera un último acto que quisiera ser representado. No obstante, recordé lo que me dijo acerca de la realidad y los sueños, sobre las ficciones y las verdades. Yo sabía que la vida es muchísimo más insatisfactoria que la ficción, donde la causalidad de las cosas es irreal, y siempre viene determinada por nuestra necesidad de dotar de sentido a nuestras vidas porque somos animales narrativos, que es lo mismo que decir que somos animales heridos por la infatigable búsqueda de sentido existencial.
Pensaba en todas estas cosas y quizás en ninguna, cuando mi smartphone me avisó de la recepción de un mensaje en mi correo electrónico. Pensé que sería algo de trabajo, porque los guionistas damos la impresión de no trabajar cuando estamos trabajando y cuando hacemos vacaciones el mundo conspira para no dejarnos descansar.
Abrí el correo electrónico y con el asunto: “Tus sueños”, Rosario Dawson me escribía un mail que empezaba así:
“Querido Enric.
Sé que no nos conocemos de nada, y quizás todo esto te parezca una locura. He conseguido tu email buscando en tu blog, y después de dar muchas vueltas me he decidido a escribirte.
Sé que sonará raro, pero anoche soñé contigo…”
¿Continuará?