El fin de una época

La primera vez que jugó al ajedrez, su madre le dijo que le compraría un refresco de cola si ganaba. Algunos decían que en aquella primera ocasión ganó la partida; como no tenía dinero, su madre se vio obligada a robar para cumplir la promesa. Algunos contaban que, por el contrario, la paliza que su madre le dio fue tal, que estuvo estudiando todos los movimientos, leyendo libros y viendo partidas hasta que alcanzó tal maestría que la siguiente partida la ganó en tan sólo nueve movimientos. Quizás no fuera casual que las dos historias terminaran con la victoria del niño. Lo que ocurrió después lo explicó la madre un millón de veces a los periodistas que trataban de sacar todo el jugo a su historia: “viéndole beber la cola pensé que mi hijo tenía un don, un don que merecía la pena ser desarrollado y entrenado, es la obligación de toda madre comprobar hasta dónde es capaz de llegar su hijo”.

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Primero empezó a competir en pequeñas partidas en la casa de la cultura de su pueblo, después en pequeños certámenes por toda la comarca, competiciones regionales, nacionales, etc. Luego vino el reportaje en El País Semanal, llamadas de radios, giras por todos los rincones de el país en la que cada vez se le ponían más y más retos al pequeño Alfil. En Zamora consiguió librar (y ganar) cien partidas simultáneas contra señores con bigote que le triplicaban la edad. Fue cuando venció a todos las caras famosas de RTVE en un número espectacular en el Un, dos, tres cuando el país se enamoró de él. “Nunca fui más feliz que en aquella época” –dijo tiempo más tarde en un plató de televisión que explotaba la nostalgia-: “cuando terminaba de jugar, mi madre siempre tenía en la mano un refresco de cola para mí”. A pesar de que le pusieron en la tesitura, el pequeño Alfil, que ya no era tan pequeño, ni tampoco tan Alfil, no quiso romper su silencio en aquel plató acerca de G-Max-1997. A pesar del tiempo que había pasado, parecía evidente que no había logrado olvidarlo.

La primera vez que vimos al robot fue en el Un, dos, tres. G-Max-1997 apareció retándole con su voz metálica y su apariencia humanoide, conectado por unos cables a una consola portátil del tamaño de un armario empotrado: “Soy G-Max-1997, vengo del futuro y reto a aquel que llaman el pequeño Alfil, el mago del ajedrez, a una partida final para descubrir quién es superior: el niño o la máquina.”

Cuando el pequeño Alfil aceptó jugar contra G-Max-1997 todos nos sentimos orgullosos, de alguna manera sentíamos que estaba luchando por todos nosotros. El siguiente viernes, en el Un, dos, tres hicieron un especial centrado en el acontecimiento. Fueron tres horas de televisión que nunca olvidaremos. De una tensión, de un silencio, de una emoción contenida jamás vista. ¡Pura televisión! Chicho Ibáñez Serrador introdujo un largo y dramático Primer Plano del robot cuando dijo las palabras: jaque mate. El contraplano del pequeño Alfil era la expresión de la desolación y con él una generación entera se sintió desfallecer. No nos lo podíamos creer. El pequeño Alfil había sido derrotado por una máquina, y con él, todos nosotros.

A partir de ahí el absoluto declive. En algunos lugares le contrataban sólo para reírse de él. La gente le gritaba: “¿te da miedo mi reloj-calculadora? ¿Tienes miedo al futuro? ¡Eres un fraude!” Tanto él como su madre se dieron cuenta de que la aparición de GMax-1997 no sólo era el fin de su negocio, sino también el fin de una época: la gente ya no quería pagar dinero por ver cómo hacía magia con las piezas; ahora la gente quería robots que hiciesen magia por ellos. De alguna manera, aquello fue el final de nuestra infancia.

Anoche anunciaron el fallecimiento de el pequeño Alfil después de una larga enfermedad. Twitter se ha llenado de comentarios nostálgicos y en nuestros muros de Facebook hemos empezado a compartir los vídeos del Un, dos tres que TVE ha subido estratégicamente a Youtube. Uno de ellos se ha hecho rápidamente viral. Es un vídeo de despedida donde el pequeño Alfil (ya no tan pequeño, y ya no tan Alfil) explica hablando a cámara aquello que no quiso contar nunca antes:

“Al finalizar la grabación de aquel programa especial dónde G-Max-1997 me derrotó, mi madre me vio en tal estado de shock que me ofreció un refresco de cola aunque no hubiera ganado. Yo le dije que no, que había perdido contra la máquina, y que por tanto no lo merecía. Mi madre me acarició la cabeza al tiempo que el público empezó a marcharse. Recuerdo sus rostros aturdidos y tristes. Algunos me miraban decepcionados con auténtico resquemor. Fui al camerino donde la maquilladora retiró el maquillaje ya convertido en una pasta informe a causa de mis lágrimas. Fue entonces cuando quise darle un último vistazo a G-Max-1997, y preguntarle cómo había hecho aquel último movimiento, si es que no se había marchado ya de vuelta al futuro. Fui al plató, me acerqué hasta el robot y de repente vi una hilera de humo salir de la enorme consola. Me acerqué para apagar el fuego que estaba convencido debía haberse producido a causa de un cortocircuito en sus cables, chips y procesadores internos. Cuando me acerqué y vi a un anciano enjuto de espesas cejas, vestido con un traje de neopreno y fumando un cigarrillo me di cuenta del embuste. Él me miró y me sonrió.

-Hola, pequeño Alfil, por fin nos conocemos –me dijo con voz cansada.

No supe que responderle. A pesar del movimiento y el ruido de los focos y cables, el silencio en aquel plató de los estudios en Torre España era ensordecedor. Le miré de arriba abajo y sólo pude mascullar una pregunta:

-¿Por qué?

-Porque nadie quiere pagar dinero por ver a un anciano ganar a un niño, ¿pero pagar dinero por ver a un robot darle una paliza a un niño? Eso es algo nuevo, eso es algo nunca visto, eso es algo que vale dinero -dijo.

Apuró su cigarrillo, lo tiró al suelo y lo pisó asegurándose que quedaba completamente apagado. Después el anciano me invitó a un refresco. Nos sentamos a observar a los técnicos retirando los plafones, el decorado, los cables y toda la tramoya en absoluto silencio. Juntos disfrutamos de nuestros refrescos de cola.

A pesar de la derrota, me supo como todos los otros refrescos».

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