Calcetín de ex desparejado

«Calcetín de ex desparejado” es probablemente una obra cumbre.

El proyecto -largamente ambicionado por su autor, que ya dejó escrito en una entrevista años atrás las siguientes palabras proféticas: “sé que algún día monetizaré toda esta mierda”- es ejecutado en pleno proceso de maduración. Pertenece a su etapa más prolífica, que la crítica ha venido en llamar: “venganza”; aunque otros expertos también la han definido como “estar en la mierda”.

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“Calcetín de ex desparejado” es una obra compleja, llena de matices, casi poliédrica y con múltiples capas que interpela al espectador con preguntas sin respuesta: ¿es sólo un calcetín?, ¿es un calcetín robado a la ex antes de marcharse?, ¿es un calcetín olvidado?, ¿es un calcetín olvidado a propósito?, ¿es la exposición del calcetín una forma de superación?, ¿es la representación del calcetín una expresión de haber dejado atrás el pasado? O acaso, ¿es el calcetín desparejado un acto de profundo e íntimo dolor?

“Calcetín de ex desparejado” también parece decirnos: “sólo me queda esto de ti, una parte incompleta de lo que fuimos”; pero al mismo tiempo, nos damos cuenta de que el autor podría llamar por teléfono y decir: “no busques más, tengo tu calcetín desparejado, ¿quieres que te lo envíe por MRW?”
Sin embargo, huyendo de lo prosaico, el autor decide subirlo a instagram. Es este un acto de belleza y madurez singular (muy original y transgresor en la vanguardia artística de la época) que expone el dolor íntimo de un calcetín que se sabe otra cosa, que ya ha pasado a ser algo distinto, un objeto inútil que ya ha dejado de significar lo que solía significar. Es en ese preciso instante cuando el calcetín deja de ser un calcetín de ex desparejado. Y muy probablemente, éste sea el significado último de la pieza: para el autor ya no hay nada en ese objeto que le recuerde a su ex, sino que que se convierte -bajo el influjo de su mirada creadora- en un ir más allá de la cosa, en un dejar atrás el ser calcetín, para convertirse en arte.

Nótese la ironía del uso del filtro Valencia, un filtro muy utilizado por los instagrammers y que al utilizarlo parece que el autor nos diga: «Ja, yo también soy capaz de hacer arte popular”.

La noche que me encontré con Monstruo Espagueti

La primera vez que vi a Monstruo Espagueti me pareció una colgada. Dicen que la primera impresión es la que cuenta y en este caso fue así: acerté.

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http://monstruoespagueti.com/

Fue en la presentación en Madrid del libro La vida es corta y luego te mueres que escribí en colaboración con Lyona. Yo no la conocía de nada, ni tampoco había leído nada suyo. Se acercó a regalarnos su libro con una actitud quizás «demasiado entusiasta». Nos dijo que lo que hacíamos tenía cierta similitud de tono y que era posible que nos gustara. Como soy medio catalán de adopción y sé los pocos libros que en las editoriales entregan a los autores pensé que quizás aquel regalo era un dispendio excesivo, pero no le dije nada y lo acepté.

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El caso es que devoré su libro de una tacada en el Ave a Barcelona. Al terminarlo, Anastasia ya no sólo me pareció una colgada, sino que me pareció una colgada brillante y extraordinariamente talentosa. Poco a poco, empecé a seguirla por sus redes sociales dónde cuelga sus historias, dibujos e ideas, y empezó a ocurrir algo que me ocurre muy pocas pocas veces: Monstruo Espagueti siempre daba en el clavo con un pensamiento o una idea acerca de un tema -que yo sabía que tenía dentro- pero que habría sido incapaz de expresar de una forma tan genial, original, divertida e irreverente.

Cuando encuentras a una artista así, que te da incluso hasta un poco de rabia por lo buena que es la hija de puta,no puedes más que seguirla, darle Me gustas, RT y corazones, y compartir todo lo que hace todo el rato.

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La noche que me encontré con Monstruo Espagueti había salido a cenar con unos amigos por el Raval. La vi en la calle Joaquim Costa y me acerqué a ella con quizás «excesivo entusiasmo». De manera atropellada le dije que me encantaba lo que hacía y que me alegraba mucho de que le fueran bien las cosas y añadí: «soy un huge fan» (sí, lo dije así). Noté que la abordé un poco demasiado alterado, casi como si fuera un poco la clase de fan que interpreta Kathy Bates en Misery. Noté su incomodidad cuando farfulló algo así como: “ya, esto es lo que suele pasar en las redes sociales”.

Me sentí un poco bobo, porque sé que pensó: «mira este tío, menudo colgado».

Después estuve reflexionando acerca de todo esto. Sigo a Monstruo Espagueti desde hace ya casi dos años y lo hago desde casa, en pijama, desde mi Macbook Pro, desde mi smartphone, en la intimidad de mi hogar… Es decir, para mí, lo que cuelga Anastasia en sus redes es importante, es bonito, me hace feliz, cada día se cuela en mi vida, en mi rutina, pero ella eso no lo sabe… Porque las redes sociales creemos que son multidireccionales, pero algunas veces son bidireccionales y casi siempre son unidireccionales.

Pensé que tenía que escribir sobre ello. Sobre lo que significa para nosotros el trabajo de algunos artistas y lo muy cerca y muy lejos que estamos los unos de los otros. No sé si tengo una opinión sobre todo esto, pero creo que merece una reflexión.

Estoy esperando que la dibuje Anastasia, seguro que será brillante.

PD: Le escribí a Anastasia pidiéndole permiso para escribir este texto; y aquí tenéis su respuesta.

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La muerte de Michael Cimino

 

Es la segunda vez que Michael Cimino se muere. O al menos, es la segunda vez que muere para Hollywood. El fracaso en taquilla de Las Puertas del Cielo que arrastró a la quiebra a United Artists, el estudio que la financió, fue su primera muerte. Una muerte social, artística e industrial que sólo puede ocurrir en el negocio del cine.

Para mí The Deer Hunter (El Cazador) no es sólo una película. Es una de las pocas películas que dan existencia ya no a una carrera, sino a una forma de representar la vida. En otras palabras, si el cine existe fue para que alguien como Cimino pudiera rodar una película así.

Sé que la huella emocional que El Cazador dejó en mí se debe a que es esa clase de películas que veía con mi padre y para las que muy probablemente aún no tenía edad. Con él he visto películas que me han hecho ver la complejidad del mundo y del ser humano, lo cerca que podemos estar del cielo y del infierno. A menudo se me olvida decirle las cosas que he aprendido de él. Creo que es un buen momento para darle las gracias por no censurarme jamás ningún tipo de contenido «inapropiado».

El Cazador no es sólo una buena película que deja poso porque eres un niño. No, El Cazador es una película que se mantiene firme hoy en día como el retrato de una época, de una generación y de la condición humana. Vuelvan a verla, véanla con sus hijos, que se hagan preguntas, que se incomoden: harán del mundo un lugar mejor. Ese es su legado.

La muerte de Cimino es también la muerte de un tipo de cine que ya no volverá. El cine ha cambiado tanto que es impensable que nadie pueda financiar una película así hoy en día. Los cineastas sabemos que dentro de una misma historia, o de un mismo tema, hay ciertas cosas que no podemos hacer porque no las van a entender o no les va a gustar a aquellos que deciden qué películas se hacen y qué películas no. En todas partes hay unos pocos outsiders, es cierto, pero el grueso de las películas que se producen son películas impermeables, auto-censuradas, dirigidas a un público determinado, targetizado, que no tienen el objetivo de remover emocional e intelectualmente a las clases medias del mundo.

Con esta segunda muerte de Cimino, muere también una forma de entender el cine, el arte y una forma de representar la realidad con el firme propósito de querer cambiarla. Quizás sea la constatación del fin de una época y quizás vaya siendo hora de vestirnos de luto y hacer un duelo.

Es una vergüenza para el negocio del cine, para Hollywood y para el sistema que Cimino se haya muerto teniendo «un armario lleno de guiones que quería rodar«.

El relato de los números

La madrugada del domingo al lunes, Lebron James ganaba su tercer anillo de campeón de la NBA. Lebron ha disputado 7 finales, y hasta el momento su record queda establecido en 3 victorias por 4 derrotas, lejos de las 6 victorias de Michael Jordan, lejos de los seis, siete, ocho, nueve… anillos que prometió a su llegada a Miami. Su promedio en estas finales a 7 partidos contra los Golden State Warriors han sido de 29,7 puntos; 11,3 rebotes; 8,9 asistencias; 2,6 robos y 2,3 tapones.

Esos son los números.

Aunque esos números son una realidad, no explican cómo ha cambiado nuestra percepción de Lebron James. Porque si bien es cierto que la realidad no existe y que es una convención de la que nos dotamos, sí existe el significado que le damos a la percepción de esa realidad. Y la percepción del número 23 de los Cavs ha cambiado en todos nosotros porque su historia, su relato ha cambiado.

-Primero se nos contó la historia de The chosen one, el elegido, aquel que iba a destronar a Michael Jordan del olimpo de los dioses del baloncesto. Los que crecimos con el número 23 de los Bulls odiamos un relato que atentaba contra la nostalgia de nuestra juventud. Por eso odiamos a Lebron James y jaleamos sus derrotas en las finales.

-Cuando la historia de Lebron tomó rumbo a Miami previo paso por el show televisivo de The decision, lo odiamos todavía más: se convirtió en un personaje despreciable, mercenario, arrogante y ambicioso que ansiaba el anillo por encima de todas las cosas. Representaba el valor del dinero por encima del amor a los colores.

-Cuando ganó por fin sus primeros 2 anillos consecutivos nos dolió reconocer la superioridad de sus números, y siempre, siempre fuimos con el equipo que compitiera contra él en las finales. Podía ser un gran jugador de baloncesto, no cabía duda al respecto, pero no era nuestro héroe, no amábamos su relato.

-Sonreímos cuando los vetustos Spurs de Tim Duncan, Ginóbili y Parker les barrieron con el mejor basket que se ha visto nunca. No sólo nos gustó sino que además nos pareció acertado el relato de equipo built contra equipo bought. Fundamentos contra dinero. Experiencia contra arrogancia. Talento contra músculo. Ese relato nos gustaba, ese relato nos emocionaba, ese relato era baloncesto en estado puro.

-Lebron volvió a perder una nueva final contra Curry y los GSW cuyo juego abierto, nuevo, alegre y diferente cambiaba la concepción del baloncesto a un small ball. El relato de los de Oakland era más democrático, más universal, más de todos nosotros.

Parecía el principio de una dinastía y el final definitivo del Rey destronado.

Sin embargo, la percepción de la realidad del personaje de Lebron había empezado a cambiar. Un año antes, Lebron había decidido volver a casa, sin excesivas garantías de que el cambio fuera a mejor, con el único propósito de ganar un anillo de campeón para su gente, para Cleveland, para Ohio; uno de los Estados más pobres y deprimidos de América. Por primera vez en unas finales, no queríamos que Lebron perdiera, no queríamos verle humillado, y empezó a parecernos que el baloncesto estaba siendo poco generoso con el personaje.

Sus números seguían ahí, pero su relato era distinto, había dejado de ser un personaje arrogante para convertirse en un redentor. Su relato nos era más cercano, más suave, más positivo. Aunque esa no fuera la realidad, porque la realidad no existe, esa fue nuestra percepción, y de todos es sabido que las cosas ocurren no por la «fuerza de los números», sino por la fuerza del relato.

Héroes modernos

The Imitation Game explica la historia del criptoanalista Alan Turing responsable de descifrar los códigos de la máquina Enigma de la Alemania Nazi. Este hecho fue crucial para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. TIG es una película correcta sobre héroes “incorrectos”. Una de esas producciones solventes y bienintencionadas, que explican una historia crucial para la humanidad.

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La historia se centra en el conflicto moral de dejar morir a unos cuantos para salvar a unos muchos. Es decir, el conflicto de las grandes decisiones que siempre se toman en las alturas y no en el conflicto a ras de suelo de los mortales ciudadanos llamados a leva. No es casual que el cine comercial mainstream recoja esa tradición de historias que explican las vidas de los generales, en lugar de las de los pobres soldados. El cine comercial mainstream sigue apostando por esas grandes epopeyas como si los reyes continuaran siendo los importantes y no sus vasallos.

El personaje que interpreta Cumberbacht, que no deja de ser un vasallo al servicio de los reyes, es también una especie de Merlín, un sabio con una magia que es capaz de detener la guerra y reducir exponencialmente sus consecuencias. Si la historia y la sociedad occidental fuera como debiera, no habríamos tardado 70 años en hacer de Turing un héroe. Y sin embargo, la película -muy dulcificada- explica su triste historia: muriendo solo, apestado, sin el menor reconocimiento, castrado químicamente por su homosexualidad, su diferencia, su “enfermedad”.

¿Qué clases de héroes construimos? ¿Qué clases de héroes merecemos? ¿Qué trato les damos a los héroes? Podríamos pensar que 70 años más tarde, hemos evolucionado algo. Pero basta con echar un vistazo a los héroes que diariamente ocupan horas de televisión y radio, y encabezan las portadas de los diarios digitales con sus gestas. Nuestros héroes no son gente que haga cosas realmente extraordinarias, que salven vidas y mejoren la vida de la gente. ¿Cuántos Marie Curie, cuántos Ramón y Cajal, cuántos Picassos, cuántos Cervantes, cuántos Turings anónimos hay ahora en el mundo? ¿Y cuántos seguidores de Twitter tienen? Porque así es cómo ahora valoramos a las personas.

Sin embargo, nos da igual lo que hagan nuestros héroes modernos fuera de su ámbito profesional. Mientras rindan con sus gestas, mientras hagan su trabajo allá donde toca, nos da igual su falta de educación, sus formas, su (in)cultura; si desprecian a los periodistas y les insultan en ruedas de prensa; nos importa un pepino si (nos) defraudan a hacienda; celebramos que golpeen a sus novias; nos la suda si se follan a menores en orgías concertadas por productores de cine X metidos a criminales y a la trata de blancas. Son deportistas, son héroes, y como tales, tienen absoluta impunidad.

Parece que esas son nuestras guerras modernas y nos da igual la «enfermedad” de nuestros héroes con tal de que las ganen por nosotros.

Los héroes anónimos

En Rounders, Matt Damon interpretaba a un tahúr asiduo de timbas de póker en los bajos fondos neoyorquinos. En un momento del film, su personaje decía que «si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú«. Hay veces en que uno no sabe cuál es su identidad, ni el lugar que ocupa en el mundo, ni en la partida de póker que es la vida. A todos se nos ha quedado cara de tonto al descubrir en un contexto concreto quiénes éramos en realidad y el papel que nos había tocado jugar.

Las historias, las formas de representación de la realidad tienen ideología, no son inocentes, y por acción o por omisión tienen un mensaje con una carga política. En el mejor de los casos los creadores son conscientes, pero a veces ocurren pequeños milagros involuntarios en que los autores se retratan a sí mismos.

Los héroes anónimos es un ejercicio de psicoanálisis público, político y colectivo, en que se nos quiere pasar por gente corriente la visión de la gente corriente que tienen sus autores; y esa visión es la que no lo es. Desde la súper-mami que llega a todo y se la invita a callar con condescendencia machista, pasando por los Cuñado’s con la frasecita para todo, hasta llegar a la parodia zafia del comunista gorrón, se nos presenta una visión ideológica totalmente involuntaria, pero absolutamente reveladora.

«Estos sólo han perdido el tiempo y ahora a gastar dinero otra vez», ergo las elecciones democráticas son un gasto…

Probablemente ese bar es un espejo deformado del pensamiento de sus autores: un bar de cartón dónde la parroquia suelta cuatro vaguedades superficiales con las que salir del paso y quedar bien con casi todo el mundo; un espacio donde el cuñado habla y no escucha, dónde la profundidad sea motivo de burla, porque en la profundidad está el matiz, el esfuerzo intelectual, la complejidad y es ahí donde uno está desnudo sólo con sus ideas, su escaso talento y su ambición capaz de tomar todos los atajos del mundo.

Imagino a los autores en la timba de póker que es la vida mirando alrededor y dándose cuenta que por lo que dicen, por cómo lo dicen, por lo que hacen, y por su forma de decirlo se dan cuenta de lo que son en realidad: falangistas.

The Girlfriend Experience

La serie creada por Lodge Kerrigan y Amy Seimetz e inspirada en la película del mismo título dirigida por Steven Soderbergh, nos cuenta la historia de Christine Reade, una estudiante de derecho que empieza a trabajar como chica de compañía. En ningún momento, TGE cae en lugares comunes y caminos trillados, esquivándolos con habilidad y sosteniendo la narración sobre tres sólidos pilares:

Primero: el enigma que representa Christine, el personaje protagonista. La historia está construida sobre la tensión dramática de descubrir cuál es su motivación, por qué hace lo que hace. El espectador se pregunta por qué se dedica a la prostitución, quién es ella en realidad y cómo es posible que Christine se exprese con esa extraordinaria dualidad: fría y calculadora en todas las facetas de su vida; y al mismo tiempo tan cálida, solícita y cercana con sus clientes. TGE es el viaje de descubrimiento del personaje.

Segundo: el feminismo, o como diría Caitlin Moran: «no hubo nunca mejor época que ésta para ser mujer: tenemos el voto y la píldora, y desde 1727 ya no nos envían a la hoguera por brujas». Parece de perogrullo, pero esta serie no sería la misma serie de estar ambientada en el periodo de entre guerras, en los años 60 de Mad Men, o incluso hace cinco años. Por tanto, que una chica joven, preparada, e inteligente decida dedicarse libremente a la prostitución conlleva una vuelta de tuerca nueva –«ahora que el feminismo es mainstream»– respecto a todas las historias anteriores del sub-género.

Tercero: el dinero. Al final de lo que va esta serie no es más que de la oferta y la demanda, del capitalismo salvaje y de la concepción filosófica neoliberal que se ha extendido en todas las capas de la sociedad. Todo está en venta: el sexo, la intimidad, e incluso la sensación de tener una auténtica «girlfriend experience» joven, guapa y preparada. Cuando finalmente descubrimos la motivación que hay detrás de Christine, nos damos cuenta de la importancia que tiene el dinero en esta sociedad.

TGE tiene un ritmo incómodo, una cadencia lenta y pausada, casi como si fuera una autoficción sacada del día a día de una chica real. Contenida, sin aspavientos, la trama es una sucesión de situaciones que no busca, ni encuentra giros enrevesados. No tiene concesiones a la comedia, ni es un drama truculento. En ese pasar la vida de una escort la serie se convierte en un espejo moral. Resulta muy tensa la espera de acontecimientos que vive el espectador casi deseando que ocurra algo que gire la trama. Como animales narrativos que somos, intentamos predecir lo que va a ocurrir a continuación. Ahí nos damos cuenta de que casi esperamos que Christine se encuentre a un cliente que la maltrate, que alguien tenga una sobredosis de droga, que un cliente muera en sus brazos, que haya una comida familiar en que alguien la chantajee, etc. Y cuando no ocurre nada de todas esas cosas, uno se da cuenta de que no es un espectador virgen y de que nuestra tradición narrativa conlleva una carga moral que hace que uno espere que el personaje de Christine tenga que recibir un “justo” castigo por ser puta. Y cuando no ocurre eso, uno se da cuenta de lo moderna (en el buen sentido) que es TGE y el examen de conciencia cultural que aún a día de hoy tenemos que hacer.

The Girlfriend Experience se puede ver actualmente en Canal Series Xtra.

Personajes

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La diferencia entre persona y personaje nunca ha sido tan compleja como lo es en la actualidad. Si ya resultaba confuso diferenciar el ente real del ente ficticio en los programas de tele-realidad, todo se enreda cuando las fronteras entre la ficción y la realidad se difuminan. Antes teníamos una pantalla de televisión que nos delimitaba claramente las fronteras (ellos y nosotros/personajes y espectadores) ahora el mundo está lleno de pantallas. Nuestra realidad es una continua híper-conexión en la que enviamos mensajes, ideas, pensamientos, imágenes, vídeos e historias en diversos formatos, a través de diversos canales, todo el tiempo.

¿Cómo diferenciar cuándo se es una persona y cuando se es un personaje? En mayor o menor medida todos jugamos al juego del enmascaramiento en que estilizamos nuestra persona y nos convertimos en personaje, sin necesidad de que haya pantallas de por medio. Siempre ha existido un elemento dinamizador del mensaje cuando se juega en la convención de la ficción. Y todos parecemos menos vulnerables a la vida en ese contexto, como si en algún punto de nuestras vidas pudiéramos cambiar de rol, de serie, o de canal.

La ficción ha terminado por comerse la realidad hasta el punto de que todas las personas actuamos como si fuéramos personajes. Asumimos nuestros distintos roles en nuestras distintas realidades y juzgamos y somos juzgados como tales. Que la auto-ficción esté tan de moda no es más que un síntoma de la búsqueda incesante de verdad y al mismo tiempo de la necesidad incesante de máscaras. Quizás porque para contar una verdad, la mejor forma de hacerlo sea con una mentira y para contar una mentira nada mejor que hacerla pasar por una verdad (autobiográfica). Tal vez en algún momento nos demos cuenta de que la verdad no existe, o que al menos, existen tantas verdades como personas y puntos de vista; que la prisión de un personaje, sin complejidad, sin matices, voluble y cambiante no es lo que nos merecemos como personas. Porque las personas somos muchas cosas, para empezar nuestras circunstancias, y hay muchas personas dentro de una misma persona. Conocemos a la gente o creemos conocerla a través de su mensaje, de su ficción, de su personaje, de su twitter, de su máscara, que es lo mismo que no conocerlo.

Saludar

Conversación de whatsapp entre dos amigas:

-Te he visto esta tarde en la Fnac, ¿eras tú?

-Sí, ¡era yo!

-¡Lo sabía! ¡Te has dejado el pelo largo, te queda muy bien!

-Gracias, ¿por qué no me has dicho nada?

-No sé…

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Hacía tiempo que las dos amigas no se veían. Una piensa que hace unos seis o sietes meses; la otra piensa que quizás un poco más. En realidad, hace casi dos años que no se ven, pero ninguna de las dos tiene la sensación de que haya pasado tanto tiempo. Una tiene un blog de moda que la otra consulta; la otra cuelga cada semana un video con recomendaciones literarias en su canal de youtube que la otra mira sin pestañear. Cada día se retuitean en twitter. Se enteran de su vida en facebook y saben hasta lo que comen gracias a instagram. Están hiperconectadas la una con la otra, pero hace mucho tiempo que no se sientan a tomar una cerveza, charlar o ir de compras. Ninguna de las dos se pregunta si lo echan de menos.

¿Por qué no se saludaron cuando tuvieron la oportunidad en la Fnac? Una la vio sí, pero estaba demasiado lejos para acercarse hasta ella. La otra fingió que no la veía y se alejó poco a poco de la primera dificultando toda la maniobra. Las dos evitaron la embarazosa incomodidad de saludarse. Quizás las dos sintieron que exponían demasiado del pequeño abismo que separa la identidad virtual de la identidad real. Quizás no querían sentirse excesivamente vulnerables aquella tarde. A ambas les resultó mucho más cómodo y menos invasivo escribirse un mensaje de texto.

Su amistad no es ni mejor, ni peor, simplemente ahora es así.

Reseña: Las Vacaciones

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Para los que disfrutan con los helados, la familia y el cine iraní.

Lo mejor: la plasmación del aburrimiento, la sensación muy lograda de tedio y las escenas de topless en la playa.

Lo peor: una sensación general de deja-vú continuo, de que ya hemos estado ahí. ¿Por qué todas las vacaciones se parecen entre sí?

Sinopsis: El protagonista abandona su ciudad para descansar durante el periodo estival, sin embargo, todo se complica cuando descubre que tampoco es feliz durante las vacaciones.

A “Las Vacaciones” le cuesta arrancar, lastrado por un primer acto titubeante, como si el autor tuviera miedo de que el protagonista se dé cuenta que el mundo sigue girando a pesar de que él no está en la oficina. El discurso se vuelve contemplativo y al mismo tiempo que el protagonista empieza a aburrirse, el espectador también lo hace. Extraordinariamente torpe resulta la escena de reencuentro familiar, mal planificada, con un horario extraño (parece que vayan a merendar de lo tarde que es) y el arroz está pasado. La dirección de actores ahí resulta pobre, todos parecen alegrarse por el reencuentro pero algo nos dice que no es así: nadie quiere estar realmente allí y se deben dinero. Las redes sociales tienen un gran juego en la narración y hay un par de secuencias-espejo en la que la reflexión metalingüística se agudiza, el autor se pregunta: ¿es verano porque utilizas instagram o utilizas instagram porque es verano? Inverosímil de arriba abajo resulta la escena del trio en la piscina con las vecinas, y resulta muy previsible cuando el espectador descubre que sólo ha ocurrido en la imaginación del protagonista. El desenlace (alerta spoiler) se atropella cuando el protagonista vuelve a la oficina, y nos deja una sensación de deja-vú. Tibios nos quedamos en la sala al darnos cuenta que el protagonista no es feliz ni en el trabajo, ni durante las vacaciones y quizás nosotros tampoco mientras ha durado un metraje cuya extensión se hace corta.

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